In 2010, Ángela Bonadies (Caracas, 1970) and Juan José Olavarría
(Valencia, Venezuela, 1969) initiated the project entitled La Torre de David
[David’s Tower or The Tower of David]. This work in progress is
based on the occupation by families and homeless people of the Confinanzas
Financial Centre, a 45-floor, 185-metre-high skyscraper that was the third
tallest building in Caracas. David’s Tower took its name from its promoter,
Venezuelan banker David Brillembourg. Construction of the building began in
1990, as part of an urban plan promoted by businessmen who had amassed fortunes
in the stock market boom of the 1980s and intended to create a Wall
Street–style boulevard in this area of the capital.
However, work was stopped in 1994 because the Confinanzas group went
bankrupt as a result of measures introduced by the government of Rafael
Caldera. In 2007, with the building in a dilapidated state, poor families began
to move in. At its highest density, it was occupied by 900 families—some 4500
people. With legal protection from the housing cooperative Casiques de
Venezuela, they built their dwellings and remained there until 2014, when they
were evicted by President Nicolás Maduro. After negotiating with the person in
charge of the community, a kind of kingpin who governed the collective life and
imposed the rules, Bonadies and Olavarría entered the tower and documented the
domestic spaces and the new architectural morphology, in addition to holding
conversations with the inhabitants.
The approach of Bonadies and Olavarría to the living conditions of the
Tower, to the power structures and the vertical morphology of the building,
should in no way be seen as the search for a strategic site from which to visually exploit
the skyscraper. Rather, it should be seen as an exercise in compilation of all
the political densities, all the heavy elements that come together in it. This is precisely what we
were referring to when we mentioned estrangement, that Brechtian distancing
that David’s Tower seems to revisit as if it were a working methodology, a reflective
rather than precautionary way of collecting evidence, information, testimonies
and disagreements in order to overcome the most simplistic contingencies and get
to the root of the present situation.
David’s Tower is a project that
invites us to think how far art should listen to the fictions that narrate the
world in conflict to us uncontrollably and chaotically. It introduces the idea
that artistic practices perhaps need to lose their preventive or elegant
distance, take a step forward to “respond” to the demands of these stories in which we are confronted with
distorted images, contradictory words.
Excerpts from the text Some paradoxes regarding interventions in the
public space: three examples by Valentín Roma.
En 2010, Ángela Bonadies (Caracas, 1970) y Juan José Olavarría
(Valencia, Venezuela, 1969) inician el proyecto titulado La Torre de David.
Este work in progress toma como eje la ocupación, por parte de diversas
familias e individuos sin vivienda, del Centro Financiero Confinanzas,
rascacielos de 45 pisos y 195 metros de altura que era la tercera construcción más
alta de Caracas. La Torre de David, así llamada porque su promotor fue el banquero venezolano David Brillembourg, empezó a
levantarse en 1990, como parte de un plan urbanístico impulsado por empresarios
que habían amasado sus fortunas con el boom bursátil de los ochenta, y que
pretendía crear en esta zona de la capital un bulevar al estilo de Wall Street.
Sin embargo, las obras se detuvieron en 1994, debido a la quiebra financiera
del grupo Confinanzas tras las sanciones impuestas por el gobierno de Rafael
Caldera. En 2007, cuando el edificio presentaba un estado ruinoso, empezaron a
instalarse familias precarias que llegaron a ser un total de novecientas, unas
cuatro mil quinientas personas en su etapa de mayor densidad, quienes,
amparados bajo la figura de la cooperativa habitacional Casiques de Venezuela,
construyeron sus casas y permanecieron allí hasta 2014, siendo desalojados por
el presidente Nicolás Maduro. Tras negociar con el responsable de la comunidad,
una especie de capo que ordenaba la vida colectiva e imponía las reglas a
seguir, Bonadies y Olavarría accedieron al interior de la torre y documentaron los
espacios domésticos y la nueva morfología arquitectónica, además de mantener
conversaciones con sus habitantes. Según señalan los propios artistas, la torre
es un icono que representa las últimas décadas de Venezuela: de la promesa modernizadora
del capital hasta la promesa revolucionaria del Estado.
Como proclamaba la popular consigna sesentayochista,”Tout est
politique”, o dicho de otra manera, lo político no puede visitarse
transitoriamente sino que, de forma inevitable, se vive dentro.
Precisamente este posicionamiento, narrado por la poetisa polaca
Wisława Szymborska en uno de sus textos más excepcionales, Hijos de la época,
donde se lee: “Somos hijos de nuestra época, / y nuestra época es política. /
Todos tus, mis, nuestros, vuestros / problemas diurnos, y los nocturnos, /son
problemas políticos”, lo recuerdan Ángela Bonadies y Juan José Olavarría en una
entrevista a propósito de su proyecto La Torre de David.
En la aproximación de Bonadies y Olavarría a las condiciones de vida
de la Torre, a las estructuras de poder y a la propia morfología vertical del
edificio no cabe ver, en modo alguno, la búsqueda de un sitio estratégico desde
el que explotar visualmente el rascacielos, sino un ejercicio de compilación
acerca de todas las densidades políticas, de todos los elementos pesados que en
él se dan cita. Precisamente a esto nos referíamos al aludir a la extrañeza, a
ese distanciamiento brechtiano que La Torre de David parece revisitar como si
fuese una metodología de trabajo, una forma no tanto cautelar, sino reflexiva
de recolectar indicios, informaciones, testimonios y desacuerdos para, desde ellos,
atravesar las contingencias más simplistas y llegar hasta la raíz de la presente situación.
Una de las principales tareas del arte es promover nuevos regímenes
para lo pensable, nuevas formas de imaginación política que destruyan los
acuerdos totalitarios, que permitan otorgarle un espacio expresivo y de
desarrollo a las complejidades de la vida y de lo real. Pero, ¿cuáles son las
herramientas que pueden sostener los artistas para que estas tensiones no
permanezcan en el vago territorio de la representación crítica?
La Torre de David es un proyecto que nos invita a pensar hasta dónde
el arte debe ocuparse de escuchar las ficciones que nos narra el mundo
conflictiva, incontrolada y caóticamente, deslizando la idea de que tal vez las prácticas artísticas
necesitan perder la distancia preventiva o elegante, dar un paso al frente para
“responder” a las exigencias de estos relatos en los que se nos arrojan imágenes
distorsionadas, palabras contradictorias.
Extractos del texto Algunas paradojas
sobre las internvenciones en el espacio público: tres ejemplos de Valentín
Roma.
La Torre de David
Un proyecto de Ángela Bonadies & Juan José Olavarría
(2010 – 2022)
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La Torre de David desde Los Caobos |
Cronología de un elefante blanco
Corrían los años 70, esa época dorada de la economía petrolera en la que nuestro país fue bautizado como “la Venezuela saudita” y gozaba de una acomodada democracia. Había un vigor inmenso en el medio cultural, que se extendió por más de dos décadas. Festivales internacionales de teatro, conciertos, exposiciones increíbles en los amplios espacios de los museos y publicaciones que circulaban de diestra a siniestra. También fue el período en el que se generó el penoso estereotipo del “nuevo rico” inculto y clasista, que traería consecuencias nefastas, como el arraigo de un resentimiento social que se evidenciaría en El Caracazo (1989) y tiempo después en el triunfo de la llamada revolución bolivariana (1999). La arquitectura perdió elegancia en relación a décadas anteriores –también más represivas- y se consolidó el archipiélago como urbanismo. Los planificadores se olvidaron de la ciudad y el campo, de la totalidad, y se tomó la vía del espacio atomizado, evidenciando una modernidad poco arraigada en sus bases ideológicas y el predominio de un pensamiento tribal y quebrado. La riqueza abrupta fue nuestra bendición y nuestra desgracia. Todo a la vez y una gran parte de la población consolidándose en la pobreza, como la deuda siempre postergada que un día pasaría factura. Porque todo esto es Venezuela: país-paradoja. El territorio que de alguna manera se retrata en La Torre de David, edificio y metáfora, del que pasamos a hablar ahora de manera cronológica:
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Ricar2 |
En los años 80 se consolidó en Venezuela el consorcio llamado Confinanzas, conformado por empresas financieras y de servicios. Su líder, el empresario David Brillembourg, encargó a la oficina del arquitecto Enrique Gómez, radicado en Caracas, el diseño de un rascacielos de 45 pisos que funcionaría como sede del grupo.
Brillembourg pertenecía a un conjunto de empresarios que, gracias al boom bursátil de los años 80 en Venezuela, había amasado una fortuna impresionante, parte de la cual decidió invertir en un proyecto urbano -junto a otros banqueros- que pretendía convertir esa zona del centro norte de Caracas en un bulevar financiero al estilo Wall Street. Él fue llamado el “Rey David” de las finanzas venezolanas y por ello su torre fue bautizada popularmente como “La Torre de David”.
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Logotipo Confinanzas |
En el año 1990 se inició la construcción del “Centro Financiero Confinanzas”, definido en su momento por la empresa como “la concreción de un gran concepto que engloba innovación de tecnología, ingeniería, diseño y funcionalidad, con altas dimensiones tanto en estructura como en inversión”. Se consideraba el complejo privado más grande de Latinoamérica, con 75 mil metros cuadrados de construcción y una inversión que superaba los 5.700 millones de bolívares1. El centro financiero iba a albergar 30 mil metros cuadrados de oficinas, un hotel 5 estrellas de 210 habitaciones, un edificio de 81 aparto-suites, un estacionamiento de 12 pisos, una plaza climatizada de 1.500 metros cuadrados y un gran atrio comercial. El aspecto exterior mezclaba hormigón con inmensas fachadas de vidrio o curtain wall, coronado por un helipuerto: en ese entonces se convirtió en el tercer edificio más alto de Venezuela -después de las dos torres de Parque Central- y el octavo de Latinoamérica.
En el año 1993 David Brillembourg murió y en 1994 el consorcio Confinanzas fue declarado en quiebra, junto con un numeroso grupo de entidades bancarias que sufrieron las sanciones ejercidas por el gobierno de Rafael Caldera2. Ese mismo año se paralizó la construcción de “La Torre de David”, que quedó incompleta. Quedaron inconclusas, principalmente, las instalaciones eléctricas y sanitarias. La imponente fachada de vidrio estaba completamente terminada.
A partir del año 1994, como en una fábula bíblica, siguieron los que podríamos llamar los años misteriosos o los años perdidos de La Torre de David. Tiempos nebulosos y confusos en los que el consorcio fue intervenido por el Estado y pasó a manos de FOGADE (Fondo de garantías de depósitos y protección bancaria), una institución oficial que años después la puso en subasta internacional sin concretar su venta.
Cerca del año 2000, la torre abandonada empezó a ser saqueada: le arrancaron buena parte de los vidrios para obtener piezas metálicas que podían ser vendidas y recicladas. La torre se deterioró ante la mirada, bastante apática, de la población de Caracas, excepto la de los vecinos de la zona, que sufrían en directo los problemas que generaba la gigante y olvidada construcción. Lo que prometía ser un proyecto modernizador que proporcionaría fuentes de empleo y crecimiento, que aumentaría el precio de los terrenos y casas de la zona circundante -como el depauperado barrio Sarría-, se convirtió en un empinado problema: el elefante blanco extendía y proyectaba su pesada sombra.
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Bonadies & Olavarría |
Pasaron los años y en 2007 una serie de familias e individuos, empujados por la necesidad e instados, paradójicamente, por el discurso populista del gobierno chavista y su falta de respuesta, se organizaron para ocupar la torre y construir dentro sus casas. Al principio se ubicaron en la zona del estacionamiento en
tiendas de campaña, ya que era el área más accesible. Luego empezaron a subir, a ocupar los pisos de la torre y a hacer apartamentos modelo. El liderazgo de la invasión u ocupación fue muy peleado y no estuvo exento de matices oscuros y confusos. Finalmente, se impuso un jefe conocido como “El Niño”, Alexander Daza, un pastor evangélico de treinta y pocos años formado en la escuela de la cárcel venezolana. Él lideró hasta mediados de 2014 a las cerca de 900 familias, más de 4 mil personas que vivían en la torre, amparadas bajo la figura jerárquica y vertical de la cooperativa habitacional “Casiques de Venezuela”.
En julio de 2014 el gobierno inició la Operación Zamora, conducida por Ernesto Villegas (jefe de gobierno del Distrito Capital y Ministro de Estado para la transformación revolucionaria de la Gran Caracas). En medio de títulos pomposos se inició el desalojo de los habitantes de la torre y su traslado a las instalaciones de la Gran Misión Vivienda Venezuela en Ciudad Zamora, Cúa, estado Miranda3. En un despliegue mediático del gobierno que mezcló confusión, populismo, propaganda y sin sentido, se dijo que el rascacielos albergaría instituciones variopintas: desde una sede más para las fuerzas policiales y militares del Estado, hasta un centro cultural con estudios de radio, cine y televisión. También Nicolás Maduro declaró que allí instalaría el centro para “derechos urbanos socialistas”4, nombrando incluso a los arquitectos y funcionarios que se encargarían de llevarlo a cabo. Otros rumores corrían por la prensa y las redes: la posible compra del edificio por un consorcio chino y la intención de demolerlo en pocos meses.
“La torre de David” es un ícono que representa los últimos 40 años de Venezuela: de la promesa modernizadora desde el capital, a la promesa revolucionaria desde el Estado. Ruina sobre ruina. También, extendiendo el concepto, la torre es la imagen del proyecto moderno, que estalla en el contraste de situaciones pre y post modernas. Es un relato que vulnera los límites entre ficción y realidad y entre significados tan básicos como amparo-desamparo, seguridad-inseguridad, pared-cortina, ventana-vacío, urbano-rural.
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Bonadies & Olavarría |
Para entender lo que fue “la torre” hay que conocer un barrio latinoamericano (una favela) y la estructura de una cárcel venezolana, dos tejidos que allí estaban imbricados. La torre representa varias cosas a la vez: un edificio, un barrio, un refugio, una cárcel, una iglesia, una promesa, un cuartel, un gobierno lleno de vacío, un poder vertical.
Así mismo, la torre evidencia la dependencia como sociedad a la figura paterna. Extrañamente, la población venezolana ha sido levantada y educada por el matriarcado y conducida y reprimida por “un padre”, sea un cacique, un presidente, un militar, un pastor evangélico o un “PRAN”5.
Actualmente la torre sigue allí, sin proyecto, a imagen y semejanza del gobierno, inmensa, poderosa, deshabitada, ahuecada, mostrando las huellas de sus funciones anteriores, con grandes pancartas ubicadas en el atrio que anuncian el “Sistema de Protección Popular para la paz”, como si se tratara del próximo espectáculo de un circo –sin pan.
La Torre de David, el proyecto. (2010 - 2022)
Primero analizamos la torre por fuera, durante mucho tiempo. Vimos fotos que se publicaron en los periódicos. Consultamos hemerotecas y trabajos excelentes de reporteros gráficos y periodistas, sobre todo del diario El Universal, que hizo un seguimiento de la ocupación desde sus inicios. Luego entramos y la gente se mostró amable. Queríamos ver y analizar lo que allí sucedía, no ser invasivos. Hablar de la organización, ver la morfología, entender la convivencia de la gente con las estructuras. Tomamos fotos y solo a las personas que lo deseaban, con las que hablamos. No hicimos un trabajo de puesta en escena.
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B&O La Torre de David (Revista Domus, abril 2011) |
Sin lugar a dudas la torre, en el sentido más banal, es “fotogénica”, por lo raro que puede resultar la convivencia de una estructura pesada y rica de concreto y vidrio con las paredes de bloques de arcilla y las telas divisorias, características de lo que llamamos “ranchos”. Sin duda también la imagen era violenta, pues lo que te separaba del vacío en los apartamentos ocupados era una cortina o un pequeño muro. Eran violentas las escaleras sin barandas y el problema sanitario, pues en la torre nunca hubo agua corriente y todos los desperdicios y excrementos eran lanzados a un espacio que hacía que los pisos bajos y el entorno fueran irrespirables. También era terrible e injusto el tema jerárquico y de poder dentro de la supuesta cooperativa, pues la repartición de los espacios y las labores obedecía a cargos de poder y a prejuicios dentro de la organización. Ahora que está desalojada, sigue siendo fotogénica y violenta la presencia de ese elefante blanco desmontado y vacío, de ese fantasma de un futuro dejado atrás.
Así, iniciamos un trabajo en el que tratamos de implicar a la mayor cantidad de gente y en el que nos encontramos con dos grandes obstáculos: la política y los medios. Por un lado, la ocupación de La Torre de David estaba signada, como tantas realidades venezolanas, por la filiación o no filiación a los ideales oficialistas. Al estar en una laguna legal, la gente que habitaba la torre de alguna manera cedía a un chantaje político. Es decir, los “dejaban hacer” a cambio de votos: el eterno cambalache del gobierno atornillado desde 1999.
Por otro lado, y en relación a los medios, la torre se convirtió en una especie de historia best seller que todos querían explotar. Y así cada quien quería tener su versión de la ocupación: BBC, New York Times, CNN, documentalistas y fotógrafos del mundo, periodistas adeptos al turismo de aventura, tarzanes y cazadores de diferente ralea. La noticia se abrió y la torre se cerró: se convirtió en negocio dejar entrar.
En abril del 2011 nuestro proyecto se publicó con una entrevista que nos hizo el crítico e investigador Jesús Fuenmayor en la revista Domus, punto de partida que seguramente aprovecharon los arquitectos del grupo Urban Think Tank para ver allí un tema a explotar, un apetitoso elefante en su mira telescópica. Y así, el proyecto de UTT se presentó en la bienal de Venecia de arquitectura del año 2012 como “Torre David: gran horizonte”, extraña contracción que suponemos utilizaron para desmarcarse de nuestro proyecto. Paradoja en marcha, esta propuesta ganó el León de Oro: una figura que pierde brillo día a día con el devenir de la invasión, con el desalojo del edificio y con la frivolidad de la propuesta veneciana.
En La Torre de David como símbolo podemos leer las promesas incumplidas, el populismo que nos asfixia, la convivencia de estructuras, el caudillismo o caciquismo que impera en las organizaciones venezolanas, la necesidad. Representa para nosotros también la ruptura de dos modelos: el moderno y el modernizador. Plantea y evidencia fallos y conflictos a todo nivel: deja al descubierto la incompetencia política y se presenta como una radiografía de nuestra economía por décadas, del boom bursátil y las promesas desde el capital, pasando por las crisis bancarias, hasta llegar a las promesas incumplidas del gobierno revolucionario. Es decir, la torre representa una yuxtaposición de ruinas, una empinada construcción que podría verse como el amontonamiento de todos los cheques sin fondo de la política venezolana. Eso sí: se pueden
cobrar jugosas cantidades de dinero vendiendo “humo” y traficando de manera corporativista con la miseria y los conflictos, como bien señalan los arquitectos venezolanos Matías y Mateo Pintó en un texto sobre el citado premio en la Bienal de Venecia. La ética, por desgracia, no es lo que más vende6.
Afuera y adentro la torre, ese rascacielos, es nuestro país, decadente y carnavalesco, triste y festivo, detenido y móvil, enfermo y vital. Una contradicción brutal. Donde nada está desvinculado, al contrario, está articulado pero con una fractura en la tibia y el peroné, con luxaciones en toda su osamenta, quebrada la columna y fracturadas las uniones. Las patologías también tienen formas orgánicas y organizadas. La torre reproduce una y otra vez lo que ocurre en el país: la supremacía de un gobierno vertical y mesiánico, caudillista, lejos de la horizontalidad que vende con el empaque de "participación social". Dentro de la torre los homosexuales, desapoderados, los grupos minoritarios no alineados, las mujeres solas con hijos, los "débiles", eran ubicados en los peores pisos del edificio: abajo, hasta el piso cuatro o cinco, donde olía a mierda por la cantidad de excrementos acumulados, o a partir del piso 24, donde tenías que subir a pie, porque los ascensores nunca funcionaron.
Por último, nos atrevemos a decir que una de las cosas más terribles que ha pasado con Latinoamérica es que se han convertido en parques temáticos algunas de sus circunstancias y eventos históricos. Cada 11 de septiembre se celebra un aniversario más del terrible golpe de estado contra Salvador Allende en Chile. Un brutal golpe que marcó el comienzo de una de las más crueles dictaduras que se ha visto. Hoy, por aquello del superficial turismo político que separa de manera maniquea e infantil el mundo entre izquierda y derecha, ese
movimiento ciudadano y civil chileno de la época de Allende es asociado por algunos con el llamado "proceso revolucionario venezolano", que nada tiene que ver con aquel y que, al contrario, representa la vuelta del gendarme clientelista, al militar disfrazado de justiciero social, al padre todopoderoso y maltratador.
No nos equivoquemos, estamos en un mundo hecho y diseñado para el confort de las clasificaciones estáticas, de los manuales de uso: así, la más salvaje y depredadora empresa puede gestionar las nuevas políticas ecológicas, sin tener ni el más mínimo sentimiento de culpa. Y los más crueles e injustos gobiernos pueden generar simpatías apelando a lugares comunes y consignas.
La revolución venezolana es un bono que se mercadea en donde encuentra acogida, es una compañía explotadora que no fabrica nada y que obtiene todos los beneficios en su territorio: una franquicia que da buenos dividendos a los que la ejecutan.
La utopía dogmática perdió credibilidad desde el momento en que se impuso como vía en un solo sentido. La heterotopía y los múltiples sentidos crean espacios de intercambio con nuevos contratos, contratos que no deben perpetuar el estado de las cosas y convertirlas en espectáculo, sino construir un espacio de educación y reflexión que nos permita ponernos en los zapatos del otro y "emanciparnos", para utilizar la palabra en el sentido lúcido que le otorga Jacques Rancière.
Vivir en la torre de David era mejor para algunos que dejaron el barrio y los ranchos. Pero no es mejor que el bienestar ni está bien; es el efecto de la pobreza, del oportunismo, de la falta de actuación del Estado y es por sobre todas las cosas una putada. La pobreza no es poética ni es digna, es una desgracia que hay que solventar, es la franja ancha que divide a los países desarrollados de los no desarrollados, es una deuda adquirida en el tiempo y hay que pensarla no como condición sino como síntoma, como fracaso, como capital de un poder que la mantiene y la perpetúa.
En el documental de Patricio Guzmán llamado “Chile: memoria obstinada”, se habla de la palabra recordar y se hace énfasis en su origen. Re, “volver a” y Cordar, “de corazón”, volver a pasar las cosas por el corazón es "recordar", volver a pasar los pensamientos por esa vía es la única forma de construir una posibilidad y una verdadera salida.
El trabajo que actualmente desarrollamos, dentro del proyecto de La Torre de David, parte del hecho de “recordar”. Surge del archivo que hemos construido durante estos años de trabajo ininterrumpido. Mezclando materiales
documentales, eventos políticos, experiencias personales, noticias y lecturas para crear una novela gráfica en el que texto y dibujo se van intercambiando el devenir de la trama. Especulamos con los dos lenguajes para ensamblarlos y crear secuencias que nos ponen en diálogo a nosotros dos –como personajes- con los habitantes de la torre y con figuras y hechos referenciales. De alguna manera, como pasa con el inconsciente y la memoria, jugamos con distintas capas de realidad para mostrar una nueva: un teatro de posibilidades. Su título: “En las entrañas de la bestia”7. La torre sigue generando significados y creando resonancias.
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1 Ese año 1 dólar equivalía a unos 46 bolívares (con fluctuaciones)
2 Podríamos decir que el país tiene eventos socioeconómicos y políticos que han marcado su deriva en cada década: en los 70 fue la nacionalización del petróleo. En 1983 el viernes negro, cuando el bolívar se devaluó y desde ese momento no ha dejado de hacerlo. En 1994 fue la crisis bancaria y a finales de los noventa y comienzos del siglo XXI, el triunfo de la revolución bolivariana.
Como dato importante para hacer visible la alucinante devaluación de la moneda, podemos leer algunas cifras:
- En el año 1980: 1 dólar valía 4,30 bolívares
- En el año 1990: 1 dólar valía 46 bolívares (media anual).
- En el año 2000: 1 dólar valía 677 bolívares (media anual).
- En el año 2003: se impuso el régimen de control cambiario que generó un mercado
paralelo de divisas.
- En el año 2007: 1 dólar valía 5000 bolívares en el mercado paralelo (media anual).
- En el año 2008: se hizo una reconversión monetaria, quitándole al bolívar tres ceros
(dividiéndolo entre 1000) y convirtiéndolo en el llamado “bolívar fuerte”.
- En mayo de 2016: 1 dólar en el mercado paralelo vale 1.100 bolívares fuertes, es decir,
1.100.000 (un millón cien mil) bolívares.
- En octubre de 2021 el Banco Central de Venezuela le elimina 6 ceros al bolívar e
introduce el bolívar digital.
- En los últimos 14 años, Venezuela le ha quitado 14 ceros a su moneda. Hoy un bolívar
equivale a 100.000.000.000.000; es decir, vale cien billonésimas veces menos que en
2007.
3 La Gran Misión Vivienda Venezuela es un caso aparte de estudio, imposible de resumir, comentar o diagnosticar en estas líneas. El devenir de los habitantes de la torre también es un tema pendiente de ser abordado por investigadores.
4 “El "PRAN" es una suerte de mandamás que tiene un ejército de malandros a su disposición y controla los negocios existentes en las cárceles, percibiendo así los beneficios económicos de dichas actividades: cobro de vacuna -un monto diario que otros reclusos deben pagar para no ser asesinados-, la venta de cigarrillos detallados, la venta de drogas -las cuales son de obligatorio consumo para otros reclusos so pena de muerte, el tráfico de drogas y armas, la prostitución, el control del acceso de otros reclusos a la comida y otros servicios como el uso de baños. Igualmente, se hacen con los ingresos provenientes de actividades delictivas ejecutadas fuera de las cárceles, tales como extorsión, secuestros u homicidios.” Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Malandro
7 En las entrañas de la bestia
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Bonadies & Olavarría La Prueba Instalación 110 x 180 x 120 cm |
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